Por Martha Arévalo | Investigadora del Centro de Comercio Detallista
“La moda es el reflejo de épocas y comportamientos, de momentos y movimientos sociales y nada tiene de superficial”. Laura Opazo
La forma de vestir es un medio a través del cual reflejamos nuestra personalidad, por lo tanto, se vuelve un elemento clave en la primera impresión que generamos en los demás, es por ello por lo que algunas personas le dan valor a la ropa de diseñadores reconocidos, ya que puede ser considerada una señal de buen gusto y estatus social.
En este sentido, de acuerdo con el entorno de la persona y considerando variables como la región geográfica en donde habita, el nivel socioeconómico y la práctica profesional dan pauta a la selección de materiales y diseños que le permitan desarrollarse, así como marcar sentido de pertenencia a un grupo, al mismo tiempo que se diferencia de otros.
Detrás de la industria de la moda hay una gran inversión, ya que no se limita únicamente a la manufactura.
Además de lo anterior, en la etapa de comercialización se suman grandes producciones, como los desfiles de modas, que involucran profesionales de la industria del entretenimiento, convirtiendo en aspiracionales los modelos que despliega la industria como tendencia para “estar a la moda”.
La mayoría de las veces, los consumidores nos situamos frente a este escenario como espectadores, sin ser conscientes de lo que ocurre tras bambalinas. El impacto ambiental ha situado a dicha industria en el ojo del huracán, ya que ocupa el segundo lugar como la más contaminante.
Eso dejando fuera el impacto social, por ejemplo, la participación de niños en los procesos de fabricación, situaciones que, por lo general, son ignoradas por el consumidor promedio por lo que los esfuerzos de concientización y de prácticas de consumo responsable se ven minimizados ante los volúmenes de compra que promueve el consumismo entre aquellos que desean alcanzar el ritmo de las tendencias marcadas por sus modelos de conducta a seguir.